Sobrevivientes a la cabeza: Una mirada a la campaña mundial para poner fin a la mutilación genital femenina
Ahora que se acerca el Día de San Valentín, febrero es un mes ajetreado para los vendedores minoristas que comercializan la promesa de "felices para siempre" para las niñas de todo el mundo. Pero para decenas de millones de niñas y mujeres jóvenes, esto es solo un cuento de hadas. Su niñez está marcada para siempre, incluso ha sido finiquitada ya, con la práctica de la mutilación genital femenina o MGF (female genital mutilation, FGM, en inglés).
Las personas partidarias dicen que la mutilación genital femenina —la amputación de los genitales externos de una niña o joven con fines no médicos—garantiza la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad después, lo que hace que la niña sea más núbil. Por lo general, se practica en niñas y mujeres jóvenes de entre 0 y 15 años, y en docenas de países, principalmente en África y el sur de Asia, incluso cuando muchos de esos países tienen leyes en contra de estos procedimientos.
La mutilación genital femenina es un procedimiento médicamente peligroso y una violación de los derechos humanos. Y, sin embargo, la práctica está aumentando a medida que la pandemia de COVID-19 obliga a las niñas y las mujeres jóvenes a dejar la escuela y arrastra a sus familias a la pobreza.
Una madre en Uganda evita que la práctica se transmita de generación en generación
Margaret Chepoteltel, de 38 años, es de Uganda. La señora Chepoteltel tenía 13 años cuando se sometió a la mutilación genital femenina y había estado esperando con ansias el rito de iniciación. Sin saber que el procedimiento podría causar problemas de salud de por vida, ella creía que la mutilación genital femenina la declararía lista para el matrimonio y que podría cumplir el deseo de sus padres de tener ganado, ya que una mujer "cortada" obtiene una dote mayor que una mujer "sin cortar". De hecho, dos años después de someterse a la mutilación genital femenina, se casó y se fue a vivir con la familia de su marido.
“Después de dos años de matrimonio, quedé embarazada, pero enfrenté un problema al dar a luz”, dice la Sra. Chepoteltel.
“Estaba al borde de la muerte porque la gran distancia hasta el centro de salud me había debilitado. Nunca había sentido tanto dolor en toda mi vida. Sangraba mucho y esto se unió a los dolores de parto. Tuve suerte porque de alguna manera me mantuve con vida, pero al final perdí a mi bebé”.
No fue hasta muchos años más tarde que la Sra. Chepoteltel se enteró de que muchos de sus problemas de salud, incluidas las complicaciones del parto, estaban relacionados con los cortes. Ahora madre de dos hijas, de 7 y 8 años, dice que nunca permitirá que les pase lo mismo.
200 millones de sobrevivientes en todo el mundo
A nivel mundial, unos 200 millones de mujeres o niñas vivas actualmente han sufrido la mutilación genital femenina, y al menos 4 millones de niñas corren el riesgo de sufrir esta práctica cada año.
El año pasado, UNFPA y sus asociados proyectaron que la pandemia probablemente retrasaría los esfuerzos para poner fin a la práctica. Estos retrasos podrían resultar en 2 millones más de casos de mutilación genital femenina, durante un período de 10 años, que de otro modo podrían haberse evitado.
Los activistas contra la MGF están redoblando sus esfuerzos para evitar que estas sombrías predicciones se hagan realidad.
El 6 de febrero es el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. Este año, se está pidiendo a líderes, miembros de la comunidad y madres, padres y representantes que tomen medidas decisivas contra la práctica. Es hora, dicen, de dar a las niñas y a las mujeres jóvenes el poder de reivindicar sus cuerpos y su futuro para sí mismas.
Acción global en pro del empoderamiento de las niñas y mujeres jóvenes
Juntos, el UNFPA y UNICEF están ejecutando una de las mayores colaboraciones del mundo para poner fin a esta dañina práctica.
El Programa Conjunto UNFPA-UNICEF sobre Mutilación Genital Femenina trabaja en 16 países, donde la práctica es frecuente. En 2019, estos esfuerzos dieron como resultado que más de 2.8 millones de personas en 3.362 comunidades declararan públicamente que abandonarían la mutilación genital femenina.
En Kenya, uno de los países abarcados por el Programa Conjunto, se está movilizando a antiguas 'circuncidadoras' (personas que solían practicar la circuncisión o ablación genital) para luchar contra la práctica de la que alguna vez se beneficiaron. “Después de una noche de canto y baile, las chicas se despertaban al amanecer y se duchaban. Luego procedíamos al establo donde se realizaba el corte”, dice Kokarupe Lorwu, quien practicó la mutilación genital femenina durante 20 años.
Aprendió la tradición de su abuela, que también era 'circuncidadora'. Pero una vez que se enteró de los efectos nocivos de la práctica—incluida la hemorragia, la infección e incluso la muerte —renunció a sus herramientas.
Su compromiso es compartido por la Sra. Chepoteltel, en Uganda, quien dice:
“Maldigo la práctica de la mutilación genital femenina y no quiero que ninguna hija mía pase por este proceso que casi acaba con mi vida.”
La Sra. Chepoteltel recibió capacitación en participación comunitaria como parte de una campaña bautizada Make Happiness Not Violence (“Haz la felicidad, no la violencia”, en español) y dirigida por la fundación Comunicación para el Desarrollo Uganda (Communication for Development Foundation Uganda, CDFU, en inglés) con el respaldo de ONU Mujeres y, posteriormente, la Iniciativa Spotlight de Naciones Unidas. Ahora la Sra. Chepoteltel aboga en contra de los defensores de la MGF, diciendo: “Si me callo, nuestras hijas pasarán por mucho dolor y sufrimiento. Continuaremos contándoles a las madres, los padres y las propias niñas sobre los peligros de la mutilación genital femenina y desalentando los cortes. No nos rendiremos.”
Para obtener más información sobre la lucha contra la mutilación genital femenina, visite esta exposición fotográfica en línea de la ONU.
Adaptado de historias de UNFPA y de la iniciativa Spotlight, la última de las cuales fue escrita por John Bosco Mukura y Anne Gamurorwa con labor reporteril de Eva Sibanda. Editado por Paul VanDeCarr, Oficina de Coordinación del Desarrollo.