La guerra está potenciando una crisis tridimensional —alimentos, energía y finanzas— que se está cebando en los más vulnerables del mundo
Desde que comenzara la invasión de Ucrania por parte de la Federación de Rusia, la atención mundial se ha centrado en los aterradores niveles de muerte, destrucción y sufrimiento que ha traído consigo la guerra.
Desde un primer momento, las Naciones Unidas han participado activamente en la prestación de ayuda humanitaria a la población de Ucrania, que está pagando el más alto de los precios, y a los países de acogida, en el contexto de una crisis de refugiados que crece a un ritmo como no se había visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Se ha prestado menos atención al impacto mundial de la guerra en todas sus dimensiones en un mundo en el que ya se estaba observando un aumento de los niveles de pobreza, hambre y malestar social.
La guerra está potenciando una crisis tridimensional —alimentos, energía y finanzas— que se está cebando en algunas de las personas, países y economías más vulnerables del mundo.
Todo ello sucede en un momento en el que los países en desarrollo siguen teniendo que hacer frente a diversas dificultades que ellos no han provocado: la pandemia de COVID-19, el cambio climático y la falta de acceso a recursos adecuados para financiar la recuperación en un contexto de desigualdades persistentes y crecientes.
Ahora nos enfrentamos a una tormenta perfecta que amenaza con devastar las economías de los países en desarrollo.
Por eso, en los primeros días de esta guerra, establecí el Grupo de Respuesta a la Crisis Mundial de la Alimentación, la Energía y las Finanzas, facilitado por un equipo de tareas en la Secretaría de la ONU, que rinde cuentas de su labor a un Comité Directivo en el que participan todos los organismos de las Naciones Unidas y las instituciones financieras internacionales.
Quiero destacar dos cuestiones generales que el informe deja muy claras.
En primer lugar, el impacto de la guerra es mundial y sistémico.
Es posible que ahora mismo haya 1.700 millones de personas —un tercio de las cuales ya viven en la pobreza— especialmente expuestas a las disrupciones de los sistemas alimentarios, energéticos y financieros que están provocando un aumento de la pobreza y el hambre.
Treinta y seis países derivan más de la mitad de sus importaciones de trigo de Rusia y Ucrania, incluidos algunos de los países más pobres y vulnerables del mundo.
Los precios ya estaban en alza; la guerra no ha hecho sino empeorar considerablemente una situación de por sí mala.
Los precios del trigo y el maíz han sido muy volátiles desde que comenzó la guerra, pero siguen siendo un 30 % más altos que a principios de año.
Al mismo tiempo, Rusia es uno de los principales proveedores de energía.
Los precios del petróleo han aumentado en más de un 60 % durante el último año, lo que ha acelerado las tendencias imperantes.
Lo mismo ocurre con los precios del gas natural, que han aumentado en un 50 % en los últimos meses.
Y el precio de los fertilizantes se ha duplicado con creces.
En paralelo a la subida de los precios, aumentan también el hambre y la malnutrición, especialmente entre los niños pequeños.
Sube la inflación, el poder adquisitivo se erosiona, las perspectivas de crecimiento se reducen y el desarrollo se ha estancado y, en algunos casos, está incluso retrocediendo.
La deuda asfixia a muchas economías en desarrollo, y el rendimiento de los bonos lleva aumentando desde el pasado mes de septiembre, lo que ha provocado un aumento de las primas de riesgo y de las presiones sobre los tipos de cambio.
Todo ello está propiciando un posible círculo vicioso de inflación y estancamiento.
En el informe se muestra también que existe una correlación directa entre el aumento del precio de los alimentos y la inestabilidad social y política.
Nuestro mundo no puede permitirse ese lujo. Tenemos que actuar ya.
Y eso nos lleva al segundo punto que el informe pone de manifiesto: podemos hacer algo ante esta crisis tridimensional.
Está en nuestras manos suavizar el golpe.
El informe recoge más de una docena de recomendaciones, pero yo condensaría su mensaje en tres puntos fundamentales.
En primer lugar, no debemos empeorar las cosas.
Eso significa garantizar un suministro constante de alimentos y energía a través de mercados libres.
Significa levantar todas las restricciones innecesarias a las exportaciones. No es este momento para proteccionismos.
Significa dirigir los excedentes y las reservas a quienes los necesitan.
Y significa mantener el control de los precios de los alimentos y aplacar la volatilidad de los mercados de alimentos.
En segundo lugar, podemos aprovechar este momento para impulsar el cambio transformador que tanto necesita el mundo.
Sirva como ejemplo de ello la crisis energética.
A muy corto plazo, los países deben resistir la tentación de caer en el acaparamiento y liberar las reservas estratégicas y adicionales.
Pero ha llegado también es el momento de convertir esta crisis en una oportunidad.
Debemos trabajar para eliminar progresivamente el carbón y otros combustibles fósiles, y acelerar el despliegue de las energías renovables y una transición justa.
Y en tercer lugar, tenemos que salir en ayuda de los países en desarrollo que se encuentran al borde del abismo financiero.
El sistema financiero internacional dispone de fondos más que suficientes.
Llevo tiempo abogando con firmeza por una reforma de ese sistema.
Pero los países en desarrollo necesitan ayuda ahora, y los fondos están ahí.
Tenemos que ponerlos a disposición de las economías que más los necesitan, a fin de que los Gobiernos puedan evitar impagos, proporcionar redes de protección social a los más pobres y vulnerables y seguir realizando inversiones fundamentales en el desarrollo sostenible.
Esta no es una crisis que pueda resolverse por partes, país por país.
Una emergencia mundial y sistémica como esta requiere soluciones de alcance mundial y sistémico.
El informe incluye recomendaciones concretas para que las instituciones financieras internacionales aumenten la liquidez y el margen de maniobra fiscal.
Ahora, cuando falta poco para que se celebren las Reuniones de Primavera del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, necesitamos voluntad y liderazgo políticos.
Debemos hablar con una sola voz: las medidas de hoy evitarán el sufrimiento de mañana.
Señoras y señores:
Por encima de todo, es necesario que esta guerra termine.
El pueblo de Ucrania no puede soportar la violencia a la que está siendo sometido.
Y las personas más vulnerables de todo el mundo no pueden convertirse en daños colaterales de una catástrofe más de la que no son responsables.
Tenemos que silenciar las armas y acelerar las negociaciones hacia la paz, y tenemos que hacerlo ahora.
Por el pueblo de Ucrania. Por los pueblos de la región. Y por todos los pueblos del mundo.
Muchas gracias.
Este blog se basa en las recientes declaraciones del Secretario General en la presentación del primer informe del Grupo de Respuesta a la Crisis Mundial sobre Alimentación, Energía y Finanzas.